No sé por dónde empezar en terapia, ¿qué hago?
Empezar terapia puede generar dudas, incomodidades y hasta cierta angustia. A veces, el motivo de consulta es claro: una crisis, un duelo, un síntoma que se vuelve insoportable. Pero en muchos casos, no es tan evidente. Hay personas que llegan al consultorio diciendo que están «perdidas», que «quieren entenderse mejor», o que simplemente «sienten algo raro y no saben qué es».
En esos momentos, surgen preguntas comunes y totalmente válidas:
¿Cómo sé dónde empezar en la terapia?
¿Qué hacer si no sabes qué decir en terapia?
¿Qué decir en la primera sesión de terapia?
Desde el psicoanálisis lacaniano, no hay un «manual» para empezar a hablar. No se trata de traer una lista de temas o de tener todo claro. Justamente, parte del trabajo analítico consiste en ir construyendo el decir. Lo importante no es «saber por dónde empezar», sino atreverse a empezar. Porque no hay un lugar correcto desde donde iniciar: el punto de partida se vuelve tal en el acto mismo de hablar, incluso si lo que se dice es «no sé por dónde empezar».
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El mito del «motivo claro»
Vivimos en una cultura que nos exige claridad, productividad y resoluciones rápidas. Esta misma lógica muchas veces se traslada al espacio terapéutico: se cree que hay que llegar con una especie de «diagnóstico propio», con un problema identificado y con objetivos definidos. Pero no es necesario, ni esperable, que eso suceda.
Desde el psicoanálisis, se trabaja precisamente con el no saber, con lo que no se puede poner en palabras del todo. Muchas veces, el síntoma, esa cosa que molesta, que no entendemos, que duele, habla por nosotros antes que nuestra propia conciencia. El inconsciente no necesita de claridad para operar: basta con que algo del orden del malestar nos empuje a consultar.
En ese sentido, incluso la duda misma, la indecisión, el desconcierto, pueden ser formas de decir: “Algo no anda bien”. Y esa es una excelente razón para empezar psicoterapia.
El valor del silencio y de la pregunta
Cuando no sabés qué decir
Es frecuente que en las primeras sesiones alguien diga: «No sé qué decir». Y eso no es un problema. No hay que forzar nada. El silencio en el consultorio no es un error, es parte del trabajo. El psicoanálisis no busca llenar el tiempo de palabras, sino permitir que algo se escuche en el decir del sujeto.
En muchas ocasiones, lo que aparece en ese «no saber qué decir» es una forma de resistirse a hablar de algo que duele, que inquieta, que se desconoce. El trabajo del analista es, justamente, abrir ese espacio para que esa palabra pueda aparecer sin presión, sin exigencia.
Además, en ese aparente vacío, hay mucho contenido. El silencio puede ser tan elocuente como el habla. En ese silencio se juegan fantasías, ansiedades, y también la relación con el Otro. Lacan nos enseña que el sujeto no es dueño de lo que dice, que algo del inconsciente siempre se cuela en el discurso, incluso cuando creemos que no decimos nada. Por eso, no saber qué decir, también dice.
La primera sesión: hablar de lo que se pueda
No hace falta saberlo todo
Volvamos a la pregunta: ¿Qué decir en la primera sesión de terapia? La respuesta es simple: lo que venga. Puede ser un sueño, una situación reciente, una pregunta que nos persigue, una sensación corporal. En la primera sesión, el analista escucha no solo lo que se dice, sino cómo se dice. Ahí empieza a desplegarse algo del deseo, del conflicto, del sujeto.
Tampoco hay una exigencia de coherencia. El discurso puede estar fragmentado, puede haber idas y vueltas, repeticiones, contradicciones. Todo eso forma parte del campo de lo analizante. A diferencia de otros enfoques que buscan «ordenar» el relato, el psicoanálisis apuesta por dejar que el sujeto asocie libremente, porque es ahí donde emerge el inconsciente. El analista no interrumpe para clarificar, sino que permite que esa cadena de significantes se despliegue.
El encuadre (horario, frecuencia, honorarios) también se define en esa primera entrevista. Pero lo fundamental es que el espacio comience a sentirse como un lugar en el que se puede hablar sin temor, sin corrección, sin tener que responder a ninguna expectativa ajena.
El deseo de hablar y la resistencia
No saber por dónde empezar es, en sí, un punto de partida
En psicoanálisis, no hay respuestas prefabricadas. Hay escucha. Y esa escucha permite que algo del deseo se articule. El «no sé por dónde empezar» no es un obstáculo: es la materia prima del trabajo analítico. El analista no dirige la palabra del paciente, sino que habilita un espacio para que esa palabra se produzca.
Esa producción de sentido no es inmediata ni lineal. El sujeto no descubre algo y automáticamente mejora. El trabajo analítico es un recorrido, a veces lleno de tropiezos, donde se va desmontando una estructura de sentido previa para hacer lugar a algo nuevo. En ese proceso, se ponen en juego identificaciones, repeticiones, fantasmas. Y todo eso se hace con tiempo, con transferencia, y con deseo de saber.
Muchas veces, el propio acto de decir esa frase «no sé por dónde empezar» ya abre una pregunta que conmueve. Desde ahí se puede trabajar. Porque lo importante no es tener claro todo, sino poder decir algo de eso que no cierra, de eso que inquieta, de eso que insiste.
El trabajo analítico como construcción singular
Cada proceso es distinto. No hay dos sujetos que se presenten de la misma forma ni dos tratamientos que se desarrollen igual. Por eso, si sentís que algo no está funcionando, si hay un malestar que se repite o si simplemente querés saber más de vos mismo/a, eso ya alcanza para empezar.
El trabajo psicoanalítico no promete soluciones rápidas. Pero sí ofrece una experiencia de verdad, donde lo que se dice se escucha sin juzgar, sin imponer, sin interpretar a la ligera. La cura, en psicoanálisis, no se piensa como «eliminar el síntoma», sino como reconfigurar la posición subjetiva frente al deseo, frente al goce, frente a los otros.
En muchos casos, el síntoma no desaparece, pero cambia su lugar. Deja de ser algo que domina al sujeto para volverse algo que puede leerse, que puede decirse, que se vuelve soportable. Ese pasaje no se da por consejos ni recetas, sino por el trabajo singular del análisis, sostenido en la transferencia.
Conclusión
Si estás pensando en empezar terapia pero no sabés qué decir, cómo arrancar o por dónde empezar, estás en el lugar adecuado. Esa incertidumbre no es una falla, es parte del camino. En el psicoanálisis, se valora lo que no cierra, lo que se repite, lo que causa preguntas. Porque ahí está el núcleo del deseo.
Entonces, si volvemos a las preguntas iniciales:
- ¿Cómo sé dónde empezar en la terapia?
- ¿Qué hacer si no sabes qué decir en terapia?
- ¿Qué decir en la primera sesión de terapia?
La respuesta es esta: decir lo que se pueda, aunque sea un balbuceo, un silencio, una pregunta. Porque empezar terapia no es tener respuestas, sino animarse a buscarse en la palabra. La valentía está en empezar sin tener todo claro.
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